Golpes

El ruido sacudía el auditorio. La pelea que hubo terminado no era nada del otro mundo, pero el único que todos vinieron para ver estaba llegando. Después de todo, no se fue testigo de una pelea por el cinturón cada día. Sí, lo que la audiencia estaba a punto de ver fue un momento monumental. Aún en un lugar así, el vestuario del contendiente se encontraba silencioso.

 “Pues, más vale que entres en calor.”

Los ojos de Miguel salieron disparados arriba. “Sí, claro que sí. ¿Por qué no lo concebí?” De veras, él no podía. Su cerebro corría demasiado rápido para centrarse en cualquier cosa. Él se sentía pegado a la silla.

 “Tranquilo, fiera. Por lo menos, guarda la energía para el combate,” Jack dijo mientras sujetaba su mirada en el boxeador. 

 “Ya sabes,” Miguel hizo una pausa, “no estoy seguro de que me sorprenda más: el hecho que yo tengo un combate por el título mundial o que llegué aquí con un segundo como tú.” Más silencio llenaba el salón. Los dos hombres sonreían torpemente, hasta que se echaron a reír. 

 “Maldito tonto. Vamos a ver si puedes tomar el cinturón con chistes.”

 “De cualquier manera, terminará por un golpe.”

 “Bueno. ¡Ahora dices como un contendiente!” Jack inclinó la cabeza. “Coño, ahora dices como un contendiente que va a ganar.”

 “Esa es la idea.” Miguel sonrió con suficiencia. “Ha sido un camino bien largo.”

 “Por supuesto,” Jack empezó fruncir el ceño al mismo tiempo que los ojos se ponían pensativos, “fuiste de ser un gamberro a un hombre. Hace falta agallas.” Miguel suspiró, se levantó, y deambulaba por el salón.

 “Suenas como un puto viejo.” Mirándolo ahora, era fácil ver la manera en que él hizo su ascensión. Verdaderamente, Miguel tenía el cuerpo de un boxeador profesional, de fuerza pura y tenacidad, pero había una tensión sobre él también. Detrás de ese aspecto fuerte, parecía que él podía saltar en cualquier momento. Nadie quería ser su oponente en esos momentos. “Digo, eres un viejo, pero no necesitas sonar como uno.” 

 Jack soltó una risita y caminó a su bolsa. Encontró las manoplas y las ajustó. “Me hace lamentar cada vez en que yo deseé un hermano menor. Y vete a tomar por culo, sólo tengo 27 años.”

 “Dos más que yo. ¿Vamos a practicar golpear?” Miguel arregló sus guantes.

 “¿Por qué no? Jab.” 

Miguel respiró profundo. Y esa respiración llevó consigo todas sus dudas, todos sus problemas, hasta que una única idea se quedó: golpea. 

Si hubiera sido alguien más que llevaba las manoplas, su brazo habría salido volando, pero Jack no era cualquiera. Un anterior boxeador, y más grande que la mayoría de hombres, él empequeñecía a personas, incluso a Miguel. También había estado al lado de Miguel desde que los dos podían recordar. Las personas que sólo tenían sueños y sus puños solían hacerlo. Cada jab que Miguel tiró le evocó un recuerdo nuevo para Jack; peleas que los dos se metían en el colegio, bromas estúpidas inventadas en el camino, el sufrimiento de un intento fallido por el título mundial.

“Cross.”

El golpe provocó un terremoto en el salón. Con él, noches de borracho, días de correr, y años de esforzarse por una vida mejor. El ritmo de Miguel subía.

“¡Más rápido! Ganchos al cuerpo.” Momentos en que los dos deslizaron palabras que no debían, momentos en que ellos no dijeron nada.

“¡Te mece más! Un chico con un brazo te puede pegar.” Combates cuyos resultados parecían demasiado buenos para ser verdad. Los combates que se deseaba eran mentiras.

“¡Te inclinó!” Más llegó.

“¡A la cabeza!” Más llegó. El vestuario que era silencioso ahora se hallaba vivo con la voluntad de la esquina azul. El destello en los ojos de Miguel era suficiente prueba de esto. Satisfecho, Jack se baja las manos. “Bueno. Estás en buena forma.” 

“Por supuesto. Sin embargo, ¿tienes que hacerme sudar antes de la pelea?”

“Tienes una toalla por una razón, niño. Sé feliz que los otros no pueden verte.”

Los dos se rieron. Se hallaba una risa que reconoció al pasado y miraba al futuro. Aún con todo lo que pasó, y más que nada, Jack y Miguel eran amigos. Y esta noche, su último sueño se acercaba a ser realizado. De repente, una llamada sacudió la puerta.

“Esquina azul, por favor empieza a ir al ring.” 

“Supongo que eso es nuestro pie.” Las sonrisas se disiparon. Expresiones duras las reemplazaron. “Sí, es la hora.”

El paseo por el corredor le parecía a Miguel como el más largo de la vida. Pero no porque tenía miedo, sino que su cuerpo quería recordar cada detalle de la noche en que él llegó a ser campeón. Ahora, estában en el ring y aunque él le saludó a su equipo con calma, Miguel estaba a punto de estallar.

“Sólo hay una cosa que tienes que hacer esta noche, ¿ya sabes?” El zumbido del auditorio casi parecía eléctrico. Hurras inundaban el espacio. La pelea mental ya había empezado. 

“¿Y qué, por favor, es esta cosa, Jack?”

“Ganar.”

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